En el corazón de Iztapalapa, uno de los municipios más poblados y complejos de México, se alza un espacio de solidaridad y esperanza: el Centro Comunitario San Juan Bautista Scalabrini. Este domingo 1 de junio, en Santa María 133, Magdalena Atlazolpa, la comunidad local y las personas migrantes que han encontrado refugio y apoyo en este lugar se reunirán para celebrar su primer aniversario. Pero más que una simple conmemoración, esta celebración simboliza un año de esfuerzo, dedicación y el profundo impacto de la solidaridad del ser humano en medio de una crisis migratoria sin precedentes.
Un Año de Acogida y Resiliencia en un Contexto Migratorio Crucial
Hace apenas un año, en un momento de profunda convulsión global y el dolor inherente al desarraigo que experimentan millones de personas, el El Centro Comunitario Scalabrini abrió sus puertas. Su nacimiento fue una respuesta directa a la creciente necesidad de atención humanitaria para personas migrantes de las más diversas latitudes: Latinoamérica, Europa, África y Asia. Inspirados en el legado de San Juan Bautista Scalabrini, obispo italiano del siglo XIX y patrono de los migrantes, los misioneros scalabrinianos, presentes en los cinco continentes, han replicado en Iztapalapa su misión de acompañar, proteger y promover los derechos humanos de quienes se ven obligados a dejar su hogar en busca de un futuro más seguro y digno.
La Ciudad de México, y en particular Iztapalapa, se ha convertido en un punto neurálgico en las rutas migratorias que atraviesan el país, México registró en 2024 un aumento significativo en la llegada de personas migrantes y solicitantes de asilo. La capital, con su infraestructura y conexiones, actúa como un imán para quienes buscan regularizar su situación migratoria, acceder a servicios o simplemente descansar antes de continuar su camino. Esta influencia también ha generado desafíos considerables para los servicios publicos y la sociedad civil. Es en este contexto que la labor de centros como los que operan los Scalabrinianos adquiere una relevancia incalculable.
Desde su apertura, el Centro Comunitario Scalabrini ha sido mucho más que un refugio temporal; ha sido un verdadero puente de esperanza para 1.163 personas migrantes. Las cifras hablan por sí solas del impacto tangible de su trabajo: se han brindado más de 44.000 platos de comida caliente, un testimonio de la alimentación como un derecho básico y un acto de humanidad fundamental. Además, se han realizado 1,134 servicios de salud, vitales para una población que a menudo llega con padecimientos derivados de trayectos extenuantes y condiciones de vida precarias. La entrega de mil prendas de ropa ha proporcionado dignidad y protección frente a las inclemencias del tiempo, mientras que la ayuda psicológica y la orientación legal han ofrecido un soporte integral para atender problemas emocionales y los burocráticos procesos migratorios. Más allá de las estadísticas, el centro ha creado espacios seguros para niñas, niños, jóvenes, mujeres y hombres, reconociendo la diversidad de necesidades y vulnerabilidades dentro de la población migrante.
Desafíos y la Fuerza de la Solidaridad
El camino no ha estado exento de obstáculos. Como cualquier iniciativa de esta magnitud, el Centro Comunitario Scalabrini se ha enfrentado desafíos constantes: la falta de medicamentos, el sobrecupo ante la demanda creciente y las emergencias repentinas han sido pruebas de fuego que han puesto a prueba la resiliencia del equipo. Sin embargo, cada reto ha sido transformado en una oportunidad para crecer, adaptarse y tender la mano con más fuerza. Esta capacidad de respuesta y adaptación es un sello distintivo de la labor humanitaria, donde la flexibilidad y la creatividad es clave para superar las adversidades.
Lo que ha sostenido y sigue sosteniendo la misión del Centro Scalabrini es la solidaridad. Cada persona donante y cada voluntario ha sido parte intrínseca de esta historia de esperanza. Este principio de acción colectiva es fundamental para comprender la sostenibilidad de proyectos de esta naturaleza. La migración es un fenómeno complejo que requiere de la participación de múltiples actores: gobiernos, organizaciones internacionales, sociedad civil y, de manera crucial, la ciudadanía.
La fiesta de aniversario de este domingo 1 de junio es una muestra de esta solidaridad. La eucaristía, presidida por Monseñor Jorge Cuapio Bautista, Obispo de Iztapalapa, simboliza la dimensión espiritual y humanitaria que tiene la misión scalabriniana. La música, las rifas, los juegos y los regalos no son solo elementos de celebración, sino también expresiones de alegría, comunidad y el reconocimiento de la humanidad compartida que une a migrantes y a la comunidad de Iztapalapa. Es un momento para dejar de lado las diferencias y celebrar la vida, la resiliencia y la capacidad de construir puentes en lugar de muros.
La Ciudad de México como Cruce de Caminos Migratorios
Para entender la relevancia del Centro Comunitario Scalabrini, es esencial contextualizar la situación migratoria en la Ciudad de México. Históricamente, la capital ha sido un centro de atracción para migrantes internos y, en las últimas décadas, un punto clave para la migración internacional. La CDMX es percibida por muchos como una ciudad con mayores oportunidades económicas, acceso a servicios y una relativa seguridad en comparación con otras regiones del país, especialmente aquellas afectadas por la violencia.
Sin embargo, la realidad para las personas migrantes en la capital es a menudo complejo. A pesar de contar con algunas instituciones de apoyo, la saturación de los servicios migratorios, la falta de información clara sobre trámites, la discriminación y la xenofobia latente, así como la precarización laboral, son desafíos cotidianos, muchas personas migrantes llegan a la Ciudad de México con la expectativa de regularizar su situación migratoria o continuar su camino hacia el norte, pero se se encuentran con largos tiempos de espera, procesos burocráticos engorrosos y la necesidad de buscar medios de subsistencia inmediata.
En este panorama, el Centro Comunitario Scalabrini se erige como un pulmón vital, ofreciendo no solo lo básico para la supervivencia (comida, techo, ropa), sino también un acompañamiento integral que aborda las dimensiones emocionales, legales y de desarrollo personal. Su enfoque multidisciplinario es fundamental para garantizar que las personas migrantes no solo sobreviven, sino que también pueden iniciar un proceso de integración y construir un futuro digno.
Un Futuro de Acogida y Esperanza Continua
El Centro Comunitario Scalabrini expresa su profunda gratitud por este primer año de comunión entre la comunidad de Iztapalapa y las personas migrantes. Un agradecimiento muy especial se extiende a las Hermanas del Verbo Encarnado, a las Hermanas Scalabrinianas, a la Compañía de María y a las Hermanas Mínimas de María Inmaculada, quienes, con su presencia y apoyo, han sido pilares fundamentales de esta misión. Asimismo, cada persona voluntaria, institución y organización que ha creído y acompaña esta labor de acogida y esperanza merece un reconocimiento especial. Es la suma de estos esfuerzos la que ha permitido que el Centro Comunitario Scalabrini cumpla un año.
El camino de la migración es, por definición, largo y arduo. Está lleno de incertidumbres, peligros y desafíos. Pero el mensaje del Centro Comunitario Scalabrini es claro: con apoyo, nadie camina solo, su aniversario no es solo una celebración de un año de existencia, sino un recordatorio de la urgencia del trabajo humanitario en el contexto migratorio actual y un llamado a la acción para aquellos que aún no se han sumado a esta noble causa. La dignidad de las personas migrantes es una responsabilidad compartida, y la existencia de espacios como el Centro Comunitario Scalabrini es un faro de luz en la oscuridad del desarraigo, una prueba de que la compasión y la solidaridad pueden construir un mundo más justo y humano para todos.
Para aquellos interesados en seguir formando parte de esta misión de acogida, continúa el Centro Comunitario San Juan Bautista Scalabrini necesitando apoyo, ya sea a través de voluntariado, donaciones o simplemente difundiendo su valiosa labor. Su existencia es un testimonio vivo de que la esperanza, cuando se comparte, tiene el poder de transformar vidas y construir comunidades más fuertes y resilientes.